Por: Valentina Vidal León
El 29 de octubre de 2024 se suma a las fechas memorables de la Comunidad Valenciana, pero no por nada positivo. A tempranas horas de la mañana de este día, empezaron a caer las primeras gotas de una tormenta que sembró el caos y el terror en el territorio, aunque fue hasta el miércoles 30 que se lograron evidenciar sus estragos y como resultado: una verdadera tragedia.
Valencia ha sido epicentro de una de las catástrofes naturales más graves de la historia de España. Un fenómeno meteorológico conocido como DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) provocó intensas lluvias y el desbordamiento de canales de agua en la provincia, dejando alrededor de 84 municipios afectados por las inundaciones, importantes daños materiales y lo más grave, la muerte de al menos 215 personas y más de una veintena de desaparecidos, según cifras oficiales.
Recorrer las calles de Benetússer, Paiporta, Catarroja, Alfafar y Sedaví, por mencionar algunos de los municipios afectados por el temporal, simula la ambientación de una película de ciencia ficción. El barro que arrastraron las aguas llegaba a cubrir los pies y alcanzaba las rodillas en algunas zonas. Los automóviles destrozados, se apilaban unos encima de otros, tras haber sido arrastrados por las fuertes corrientes e impactar contra estructuras o entre sí. En las calles, montañas de residuos llenos de lodo se formaban a lado y lado. A simple vista parecía basura, pero todo lo que allí se acumulaba eran las pertenencias de los habitantes de estas comunidades: sus camas, colchones, sofás, armarios, decoración, sus cosas, el fruto de su trabajo y esfuerzo, todo echado a perder.
Transformando el caos en fuerza colectiva
Los días siguientes dejaban escenas dolorosas. Los vecinos trabajando incansablemente para sacar el fango de sus casas, algunos con inmensa tristeza y lágrimas, otros con una sonrisa optimista, que, en medio de toda esa destrucción, fue lo único que pudieron recuperar algunos días después, dando grandes lecciones de resiliencia. No obstante, ese infinito desconsuelo se transformó, de alguna forma, en esperanza. Miles de personas ajenas a la tragedia llegaban de todas partes, incluso de fuera de la comunidad, para brindar apoyo a todos los afectados. Unidos en una ola de solidaridad que atravesaba el puente que conecta el barrio de La Torre con la capital valenciana, dotados de escobas, palas, baldes y demás insumos que sirvieran para tratar de ayudar en las labores de limpieza, los ciudadanos del común se convirtieron en voluntarios, movidos por un sentimiento filantrópico de ayuda al prójimo.
Bajo el lema, “el pueblo salva al pueblo”, más de 12.500 voluntarios participaron en diferentes acciones, desde la preparación y entrega de comida, la recolección de elementos de aseo y primera necesidad, hasta la limpieza de casas, calles, establecimientos comerciales, entre otros.
Diferentes ONGs se sumaron a la ola solidaria, particulares crearon fondos de ayudas, mientras las autoridades trabajaban en las labores de búsqueda de víctimas, con la esperanza de encontrar personas vivas en garajes, puentes subterráneos, parqueaderos públicos y demás espacios propensos a inundaciones.
Los vecinos de dichas localidades han manifestado en diferentes medios que, gracias a la ayuda de los voluntarios, han podido seguir adelante, lo que hace esta especial labor, mucho más relevante.
Un panorama desolador de reflexiones, dolor e inconformismo
En toda esta contingencia causada por estragos naturales, debe caber un espacio para el análisis y la reflexión desde diferentes aristas. Por una parte, desde el ámbito político, que sirva para evaluar sus esfuerzos en situaciones de alta complejidad como esta, considerar si realmente las localidades se encuentran preparadas para afrontar una calamidad de tal magnitud, desde la prevención hasta la gestión durante y después de los hechos.
Por otro lado, entender que la naturaleza habla, que el aumento en la frecuencia de fenómenos, eventos ambientales y relacionados, son la respuesta natural a las devastadoras acciones humanas que atentan contra ella. Y de no tomar conciencia y cambiar, los efectos finales serán fatales para todos.
Finalmente, en medio del suplicio de haber perdido todo, los rostros de los vecinos afectados por las inundaciones de Valencia reflejaban más que tristeza: irradiaban una fuerza inspiradora que crecía al ver a cientos de manos desconocidas y solidarias dispuestas a reconstruir junto a ellos. Esta tragedia, que marcó un antes y un después, evidenció que, aunque el agua se llevó mucho, no pudo destruir el espíritu colectivo que impulsa al pueblo a levantarse.